“Este artículo busca poner en tela de juicio el concepto de “Naturaleza” que se ha heredado desde la Europa moderna y sigue presente hasta nuestros tiempos. Y en ello se ve que dicho concepto está incardinado “en” el concepto del “Yo”. Es el yo el que funda la “Naturaleza”, como también lo hace con otros conceptos claves: Estado-nación, Capitalismo, etc., para poder, de esta forma, ser soberano de todo cuanto hay y así echa mano de una metafísica ideológica que se articula desde ciertas “ideas fundamentales”, como la creatio ex nihilo. Además, en el artículo se barrunta, en contraposición a esta idea de “Naturaleza”, cómo sería una naturaleza que fuera más cercana a la experiencia de los griegos (y de Amerindia) como posibilidad para dar cuenta de los problemas actuales, por ejemplo, de la Pandemia de la Covid-19. Se trata de una naturaleza (con minúscula) no metafísica.”
Perifèria. Cristianisme, postmodernitat, globalització. Vol. 8, Núm. 8 (2021): Natura. Ricardo Espinoza Lolas. Enlace: https://www.revistaperiferia.org/naturaleza-y-modernidad.html
Tras este extracto del artículo del Dr. Ricardo Espinoza Lolas, titulado ‘“Naturaleza” … Otro monstruo del Laberinto de la Modernidad que nos persigue’[1], especialista del mundo griego y de las contradicciones o incluso falsedades gestadas por la modernidad, nos exhorta a repensar, desde una perspectiva que supere la visión moderna, el concepto de “Naturaleza”.
El breve comentario, casi a pie de página, que voy a exponer como interrogante, duda, o inclusive cierto cuestionamiento, exige la lectura previa del rico texto de Espinoza, sin la cual nada de lo que aquí pueda plantear adquiere significado alguno.
Bien pues, presuponiendo que el lector está ya ubicado en ese dualismo producido, con la mala conciencia, de erigir al Yo humano europeo como el diosecillo que establece el marco a partir del cual va a objetivarse lo Otro, que en este caso es la Naturaleza, Espinoza manifiesta con fastidio “Lo que no me gusta de esta lógica circular es casi todo, pero lo puedo sintetizar en un doble momento. Por una parte, ese juego “familiar” que hay entre la “Naturaleza” y el hombre. Esa lógica patriarcal del matrimonio heterosexual de la señora “Naturaleza” con el señor hombre es inaceptable y ya no da más de sí. Además, se vuelve a esa relación con la cantinela de que ella es pasiva y él es activo.” Surge aquí un vínculo sobre el que sostengo ciertas dudas. Si por patriarcal entiende Espinoza esa actitud de poderío, superioridad y dominio, concibo el calificativo; mas me suscita cierto interrogante que se haya concebido a la Naturaleza como algo pasivo que estaba a merced del hombre —fijémonos que el autor utiliza a menudo el sustantivo “hombre”, en lugar de “humano”, lo cual no se me antoja para nada arbitrario— y como si de su esposa se tratase ella se somete pasivamente a él.
Quisiera hacer aquí alguna consideración. Cierto es que la actitud del hombre moderno, asentado en el poderío de esa razón ilustrada que se concebía como ilimitada, ha sido un punto de inflexión a partir del cual la dicotomía Naturaleza/Cultura fue adquiriendo preponderancia, pero también hay que recordar que una de las causas de la decadencia de la modernidad reside precisamente en destronar a la razón como ese poder sobrehumano, para apercibirnos de que esta no es capaz de producir un conocimiento científico-tecnológico infalible al que podamos atribuir la ansiada fantasía de la verdad como adecuación. Por otra parte, la historia y los acontecimientos nos han ido mostrando como la vorágine y virulencia con la que actúa a menudo la Naturaleza no tiene nada de pasiva, sino que evidencia una autonomía superlativa frente a la voluntad humana —todos podemos recordar las catástrofes naturales que han asolado al planeta en los últimos tiempos, anteriormente, y en la actualidad— que se queda impotente y perpleja ante un Otro artificiosamente construido. El cual no es, obviamente tal, por cuanto muchos han reconocido basándose en el darwinismo originario, como los sociobiólogos, por ejemplo, que somos animales, naturaleza, por ende, sometidos a las mismas leyes evolutivas y de supervivencia que cualquier otra especie. Un factor que ha contribuido a la confusión ha sido el que fruto de nuestro desarrollo cerebral y en consecuencia la capacidad racional nos hayamos anegado en una egolatría que nada benéfico ha comportado. En este sentido, me parece percibir que tal vez coexisten ambas actitudes: la del sujeto patriarcal, y la del humano que es consciente de su fragilidad como ser natural que compite con otros por sobrevivir. Aquí aparecería el uso que de la cultura, como artificio, hemos hecho los humanos y que ha contribuido a alimentar el monstruo que somos nosotros. Para finalizar con este punto, he de decir que me resulta algo forzado reproducir el dualismo masculino/femenino en la relación Cultura/Naturaleza. Por una razón muy sencilla, lo relevante en la relación con la Naturaleza cuando el hombre se separó artificialmente de ella fue su voluntad de adaptar el medio a sus necesidades, para garantizar incluso la supervivencia de individuos frágiles que en condiciones naturales nunca hubieran sobrevivido. Obviamente si este sortilegio se produjo en una cultura de corte patriarcal fue el hombre-varón quien protagonizó el embrujo. ¿Por su tendencia fálica al dominio? Bien, tal vez el hombre que tiene tres piernas y no piensa precisamente con las que le sostienen está más imbuido de la pulsión sexual, que aquel que afanándose en el uso exclusivo de la razón pretende convertirse en dios. Muestra de ello es que, en la actualidad, hay mujeres con ese afán de dominio y poder sobre el Otro tan intensos como puede haber hombres. Una diferencia destacable es que el cerebro femenino tiene más habilidad para imponer su dominio sin plantar los ovarios encima de la mesa, porque su capacidad de ensamblar lo emocional y racional la convierte en un ser humano con más liderazgo carismático. Ahora bien, escudriñando algo más el texto, podemos percibir cómo late esa concepción de Dionisos como queer, es decir aquel dios que representa la vida, sin ser ni masculino ni femenino porque es ambas cosas y, por ende, nada excluye lo otro, porque propiamente no hay otro. Desde esta lectura del pensamiento de Espinoza se alumbra, con más claridad, su tenacidad por mostrar que sin esas dualidades occidentales el Yo moderno no hubiera tenido lugar. Por ello concibe como una y la misma cuestión de la dicotomía Cultura/Naturaleza, como elementos opuestos, que la dicotomía masculino/femenino, en las que lo que se refuerza es el dominio de uno sobre otro, diferenciando nítidamente la superioridad del primer elemento.
No obstante, siguiendo la exposición de Espinoza, intuyo que identifica un acontecimiento que está marcando la vida del ser humano y que él expresa de manera inmejorable:
“(…) El yo no solamente crea la necesidad de la “Naturaleza”, sino además la estructuración del Estado-nación, y del Capitalismo como motor mismo de todo el sistema del yo. Y aquí también dan lo mismo las formas en que esto pueda ser entendido (hay varias formas a lo largo ya de los siglos)”
Esta clave dualista de ordenar el mundo a partir de un elemento que someta al otro ha dado lugar a otros dualismos que acaban reposando sobre lo que parece ser el logos siniestro de la modernidad: el capitalismo como sistema al que todo queda sometido -y aquí diría la Naturaleza y el humano como parte de ella, aunque paradójicamente sea una especie de suicidio generalizado-. Por ello, resitúa Espinoza un acontecimiento cultural, a menudo tendenciosamente obviado: “Si la metafísica dual “Naturaleza y hombre” deja de ser lo que es, luego ¿para qué preguntar por la “Naturaleza”? ¿Por qué no preguntar por el “Hombre”? Ah, pero no lo olvidemos “éste” también cayó y es fundamental que deba caer; de alguna manera hay que de-construir y des-sedimentar el yo moderno europeo.” Solo deshaciendo la ficción del Yo moderno podemos intentar reconstruir nuestra forma de vida como Naturaleza que somos, y aquí fascina la visión de Ricardo Espinoza al ubicar la disolución del Yo como algo previo y necesario a la disolución del capitalismo que está matando a la naturaleza, y evidentemente a nosotros que somos natura.
Acabo con unas palabras del autor, que me resultan contundentes y nos invitan a repensarnos no solo socialmente, sino como humanos en el que se diluyan las dualidades que en nada contribuyen a la vida.
“Solo con una posible disolución del Capitalismo es posible que podamos, con los múltiples saberes y prácticas, abrir entre todos un planeta para que NosOtros seamos viables de la mejor manera. Es ese NosOtros, que ya no es mero “nosotros” (porque ese está capitalizado y se funda en el yo), el que está llamado a repolitizar el plano de inmanencia mismo en el que somos dinámicamente tejido socio-histórico, visionario y virtual.”
[1] Perifèria. Cristianisme, postmodernitat, globalització. Vol. 8, Núm. 8 (2021): Natura. https://www.revistaperiferia.org/naturaleza-y-modernidad.html