Hoy, azota el viento iracundamente. Causan pavor los rugidos que se expanden por doquier. ¿Será la Naturaleza herida? O ¿Serán los millones de muertos desgarrando nuestras conciencias para que no sigamos ignorándolos? Quizás sean otros los motivos. No obstante, me detengo mentalmente a regresar a los ucranianos, los palestinos, los
libaneses, yemeníes y cuantos malviven víctimas de la pobreza extrema y de las guerras. ¡Tantos! Que siento convulsiones, como si el viento hubiese traspasado mi epidermis y yo, soy ahora grito desgarrador que se acompasa con el vendaval desatado. Parezco víctima de una posesión demoniaca y desconozco cómo quedará mi cuerpo tras mimetizar el dolor del mundo. ¡Ya pasará la ventisca! Nos decimos refugiados en nuestros hogares. Pero la tristeza, la rabia y la culpa ya me han carcomido el corazón y sé que pasará el alarido meteorológico y que quienes no quieren oír, no oirán; tan solo los que se han sentido zarandeados por el rugir del huracán seguirán sintiendo la impotencia de cuantos poseen conciencia, no solo de la masacre humana, sino de la impotencia que nos asola.
Algunos creyeron que la época era un momento de desconstrucción, de deshilachar los relatos que justifican tanta
matanza y tanta pobreza. Ahora, constatamos que el tiempo está marcado por la destrucción, y que sustancialmente todo sigue el curso marcado por los macro-poderosos, los que afinan predicciones a medio y largo plazo para obtener más rédito particular. Es el criterio que dinamiza el mundo, y, aunque éste intente oponerse y resistirse, acaba sucumbiendo a la fuerza del capital.
La galerna no cesa, por el momento, y quizás la jornada nos interpele cada minuto con los alaridos ventosos. Mi cuerpo ya se siente descompuesto, hecho trizas y, tal vez, no sobreviva a esta borrasca. Me halaga, en cierto sentido, percibir que puedo desintegrarme por el clamor y el movimiento brusco del viento, que no es más que el gran bramido del mundo pidiendo auxilio. Porque solo hay dos opciones dignas: disgregarse con cada hueso descarnado, o morir en los lugares devastados con los muertos.
EL VIENTO QUE CLAMABA POR EL HUMANO. Ana de Lacalle en CONVERSATORIO ÉTICO, ESTÉTICO Y POLÍTICO. México.
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