Diré, a fuer de sincero, que no va a ser fácil no repetirme o decir algo nuevo con respecto al libro del autor nombrado que acaba de publicar Dado Ediciones: «La utopía de Thomas More a Walter Benjamin» de Miguel Abensour, y lo digo ya que con motivo de su fallecimiento del pensador, en abril de 2017, le dediqué un extenso artículo en el que hablaba, entre otros, del libro nombrado*.

Es de saludar la publicación del mismo modo que lo es la presentación que hace Jordi Riba, quien además es el traductor de la obra. En el ensayo subraya la tensión y los vasos comunicantes que se establecen entre democracia y utopía, suponiendo la segunda una incitación para la profundización de la primera, y la primera que impulsada por la segunda tiende a rebasar sus límites, ampliándolos en dirección a una democracia insurgente, salvaje. Recurre para ello a diferentes figuras como la resurrección, y visitando las posturas de Etienne de la Boétie sobre la servidumbre voluntaria y su llamada a desobedecer, y la compañía de Emmanuel Lévinas en lo relacionado con los otros, sus rostros, en reivindicación de la utopía de lo humano.

En los últimos tiempos se ha extendido una idea que señala que la utopía es la antesala de proyectos totalitarios; postura que simplifica las cosas, al basarse en una visión que supone que las utopías serían proyectos acabados que deberían ser llevados a la práctica punto por punto; me vienen a la cabeza algunas pinceladas, con claro apresuramiento, de Michel Onfray, quien, vellis nolis, coincide con muchos de los que mantienen que vivimos en el mejor de los mundos, o casi, como para recurrir a cantos de sirena pasados de moda y fuera de tiempo (refiriéndose a la utopía platónica, expuesta en La República, el normando afirma: «Ninguna utopía concreta, todas ellas, conducen al infierno con el pretexto del paraíso»), a lo que Abensour contestaría que precisamente una sociedad sin utopía es una sociedad totalitaria. Con respecto al normando para aclarar su postura no está de más acercarse a su lectura de Orwell en su Théorie de la dictadure /Robert Laffont, 2019). [Michel Onfray lee a George Orwell – Kaos en la red ]. En diferentes obras se pueden ver salpicaduras sobre el asunto, al azar cojo de su libro Decadence(Flammarion, 2017 / Hay traducción en Paidós, 2018: una píldora: «La verdad de lo político ya no se concebirá en relación con la ciudad griega de Platón, la utopía de Tomás Moro, el Estado de Maquiavelo, el contrato social de Rousseau, el liberalismo de Montesquieu, la democracia de Tocqueville o el comunismo de Marx, sino con referencia a dos obras de dos novelistas británicos que en pleno siglo XX dijeron todo sobre la sociedad de control y el transhumanismo que constituirán el núcleo duro de la última de las civilizaciones; una civilización que, sin duda alguna, será desterritorializada: Un mundo feliz de Aldous Huxley y 1984 de George Orwell». Pues bueno.

Cierto es que algunos planes, digamos que son considerados habitualmente como proyectos utópicos que han desembocado en topías, que obviamente no hacen sino repetir muchas de las políticas contra las que habían comenzado luchando; olvidándose de la u-, que condiciona el no-lugar, indicando una dirección, no un plan cerrado. Así la lucha contra esta supuesta degeneración había de darse desde dentro del pensamiento utópico, distinguiendo entre pasión utópica y proyecto utópico por usar la distinción de José Luis Rodríguez García en su Postutopía, editado en las Prensas Universitarias de Zaragoza hace algo más de un par de años. La postura de Miguel Abensour reside, o pone el acento, en democratizar la utopía y utopizar la democracia; lucha que como queda dicho se ha de realizar desde el interior, con la presencia de la duda como eje de cara a balizar las limitaciones evitando las posibles desviaciones que se hayan de esquivar, proponiendo la autocrítica que la utopía ha de aplicarse a sí misma; un tribunal de la utopía sobre la utopóa. Un combate, el defendido por Miguel Abensour, que liga la crítica de la dominación con un pensamiento de la emancipación. En ese sentido Miguel Abensour apuesta por la renovación del espíritu utópico, que se halla en la base de la emancipación, trabajando por limar los aspectos fosilizados co el fin de liberar la energía en pos de la liberación, en un balanceo que reivindica la utopía a la vez que juzga necesaria su crítica.

El libro no pretende realizar una historia de la utopía, desarrollada entre los dos nombres que aparecen en su título, como tampoco pretende hallar ningún tipo de denominador común entre ambos autores, sino que se detiene en el iniciador del género literario utópico, que bautizó el propio término, Thomas More, y la postura benjaminiana de cara a detener la catástrofe, echando el freno de mano a la locomotora en marcha, y mirando hacia el futuro de una sociedad reconciliada; ¿utopía o catástrofe? Al igual que otros mantenían la disyuntiva socialismo o barbarie. Así pues, el nexo de unión entre ambos sería la utopía, y el ensayo de Abensour se centra en detenerse en dos momentos de la travesía de la utopía. Tras una introducción en la que el autor indica por donde va a llevarnos, se pasa a dos partes: la primera dedicada a Thomas More o la vida oblicua, estando la segunda dedicada a Walter Benjamin, el centinela de los sueños.

Los caminos de la esperanza son una constante entre los humanos, lo que se plasma en horizontes futuros más armoniosos, desde luego, que los que les toca vivir en su tiempo, pudiendo ser considerados así los humanos como animales utópicos, de modo y manera que la persistencia de la utopía plantea interrogantes. Ya desde el principio señala el autor que la tarea consiste en liberar a la utopía de la magia o del mito, recurriendo en tal sentido a la visión de Ernst Bloch, que da un carácter ontológico a la utopía como el Ser, en un estado inacabado, en un no todavía Ser, que juzga que mantiene cierta ilusión presente en una unidad una coincidencia entre el camino del Ser y la utopía, hasta que esta última vuelva el hogar del Ser, y mientras no lo haga resiste y persevera; la otra visión a la que recurre es a la de Emmanuel Lévinas, que señala la fuente de la utopía en la enigmática región que es lo humano(ya exclamaba el otro: el hombre, extraño animal), invitando a pensar la utopía bajo el signo del encuentro, de la relación con el otro como tal, en una clara sustitución de la ontología por la ética: «la relación donde el yo se encuentra con el tú es el lugar y la circunstancia originales del advenimiento ético», tratando de, por otra parte, disolver la ambigüedad en la que según su postura, se mueve el pensamiento al respecto de Bloch; lo que abre la puerta a otro destino: lo humano como salida del Ser en cuanto Ser. Lo utópico se muestra «en un avance hacia la alteridad social». Como si lo humano tuviese dentro de sí la capacidad de ampliarse, y en el hecho de encontrarse con el otro hombre, «trascendiera lo humano, hacia la utopía», completando lo verdaderamente humano. Con tal bagaje, Abensour propone para pensar la utopía referirse a sus inicios, de ahí el lugar de Thomas More, y más cerca de nosotros, a Walter Benjamin, proponiendo el papel crítico-salvador ante la catástrofe, cruzando las lecciones de ambos; evitando el desprecio sistemático de ella del mismo modo que su valoración y exaltación acrítica. Y en tal dirección se dedica a estudiar las posturas de los dos pensadores nombrados, implicados ambos en las luchas de su tiempo.

More a principio del siglo XV inaugura un dispositivo retórico, y un género que toma el nombre de su obra e isla, de cara a la intervención política; por su parte, Benjamin en su momentos invita a despertar la utopía, bajo el impulso de Blanqui y de Fourier, en especial de este último (sin obviar el peso del surrealismo), frente a la catástrofe que amenazaban en aquellos tiempos oscuros de los que hablase su amiga Hannah Arendt; no fue el único en hacerlo ya que, como se señala, Etty Hillesum hablaba de la necesidad de la ampliación del horizonte. Advierte Abensour que en la travesía se habrá de contar igualmente con otros pensadores que patearon los pagos, sin obviar las ideas de la primera teoría crítica de Adorno y Horkheimer.

Considera el autor que la obra de More es un distanciamiento del milenarismo cristiano, apostando por la apertura de un nuevo espacio en el que reine la justicia, la humanistas, que abra las puertas a la existencia del otro; por su parte, el centinela de los sueños lucha por arrancar la utopía del mito, saliéndose del sueño y accediendo al despertar…advirtiendo que mientras «tengamos la palabra utopía en la boca, se escuchará el imperativo de salvarnos»; y para llegar a estas conclusiones acerca de cada uno de ellos, se detiene en la obra del británico y en diferentes textos del germano, en discusión con Adorno, entre otros. Quedando meridianamente claro que es necesario desprenderse de la utopía de una visión de realización futura, que habrá de alcanzarse o ponerse en pie entonces, sino que es una labor que desde ya ha de suponer un motor que amplíe, y cambie, los límites de la democracia….ya que si el peso se pone, única y exclusivamente, en el futuro y el brillo de sus promesas puede suponer una amplia ceguera para aprehender los problemas del hoy, situándose como sugería Benjamin, del lado de los vencidos, reivindicando las derrotas de los del pasado,, en una tensión permanente entre utopía y democracia y viceversa.

En el caso de More, unas indicaciones previas con recurso a la Carta VII de Platón, tratan de marcar el carácter singular del texto Utopía con el fin de evitar algunas infundadas interpretaciones, realistas y/o alegóricas, lo que exige unos pasos oblicuos, con el fin de resaltar la escritura de la obra sin obviar su impronta política (un arte de escribir olvidado, en palabras de Leo Strauss), aspectos que que va a subrayar deteniéndose en el puente que se da entre el Libro I y el II de la obra de Thomas More, siendo ambos complementarios ya que el primero sirve de lentes para abordar con rigor el segundo.

En lo que hace a Benjamin, dos tiempos esenciales son visitados: el señalado en Paris, capital del siglo XIX, con especial atención al Libro de los pasajes suponiendo estos últimos la imagen del sueño y del deseo colectivo, de 1935 y el 1939, tiempo de La obra de arte en la época de su reproducción técnica y de algunos otros textos citados (Sobre el concepto de historia), en donde relaciona la revolución con la utopía, en medio quedan las críticas, y respuestas, de Adorno acerca de la visión no-dialéctica de Benjamin, con respecto a la relación entre lo nuevo y lo pasado; precisamente Abensour subraya la imagen dialéctica y la importancia de la alegoría en el quehacer benjaminiano, una dialéctica de la rememoración, y destaca el impulso que el pensador toma en Fourier al hallar en él una ambigüedad que pone en juego lo moderno y lo lúdico, al tiempo que propone una revolución copernicana que supusiese pasar del sueño al despertar.

Tras esta lectura, y de cara a completarla, aun corriendo el riesgo, ya apuntado desde el principio, de repetirme, me permito transcribir las líneas dedicadas a esta obra concreta, en al articulo que señalo, y cuyo enlace, incluyo al final de este artículo,

Defensa de la utopía

Ya desde su tesis, dirigida por Gilles Deleuze, dedicada a los utopistas del siglo XIX, el camino de su obra quedaba marcado, como luego quedaría patente en obras posteriores y en numerosos artículos en diferentes revistas y publicaciones. No resultaba tarea exenta de dificultades teniendo en cuenta que la utopía no gozaba de muy buena prensa que digamos, en especial a partir de la década de los ochenta en que tal concepto quedaba emparentado con el totalitarismo; la labor de los seguidores de Raymond Aron, como François Furet -hablaba Abensour de furetismo para referirse al giro termidoriano del historiador de la Revolución francesa- Luc Ferr&Alain Renaut, Marcel Gauchet, desplazamiento que era previsible en los nombrados, a los que se uniría quien fuese su colega admirado Claude Lefort quien al final unió su Maquiavelo a Tocqueville, tras haber abandonado cualquier relación con el marxismo. Así pues, el trabajo de desenmascarar las falacias urdidas contra el espíritu utópico, debía comenzar por desligarlo de las prácticas totalitarias ya que en tales había desaparecido cualquier rasgo de utopía y todo rasgo de emancipación había sido eliminado: tanto en al nazismo como en el estalinismo. En el primero se ha pretendido que se daba una “utopía de los cuerpos”, suponiendo de hecho, desde el principio, la asfixia absoluta de la libertad; en el segundo, que se proclamaba heredero de los soviets de obreros, campesinos y soldados, estos fueron ninguneados, quedando de ellos únicamente el nombre. Así pues, no fue la utopía la que condujo al totalitarismo sino que el totalitarismo cavó la tumba de la utopía. Los tiros no solo venían de ese lado, ya que también estaba extendida la idea de que Marx había dado la puntilla a la utopía; Abensour va a mantener contra esto que Marx lo que hizo es desligar la utopía del mito, manteniendo el espíritu emancipatorio, hasta que posteriormente el marxismo fue convertido en “ciencia” lo que supuso la eliminación de su espíritu vivo y emancipatorio, al ser convertido, para colmo, en ideología de Estado. En ese terreno, la pretensión de Abensour era la de reivindicar el primer Marx, de joven hablaría Louis Althusser, y subrayar que no había solamente un marxismo sino que había diferentes marxismos, entre los cuales había algunos que seguían manteniendo la vena inicial de Marx: Rosa Luxemburgo, el consejismo, Panneckoek, Karl Korsch, etc. Por supuesto que él se apoyaba en las interpretaciones de estos últimos y en las experiencias históricas de la Comuna, de los consejos, los espartaquistas, etc. Usando a Marx contra él mismo; mecanismo común a la interpretación y uso que Abensour hacía de sus autores de referencia.

La dimensión utópica ha recorrido la historia de la humanidad, ya que es una característica propia de ella misma. Habitualmente se ha trazado una línea conductora– marcando su inicio en la obra platónica- que vendría a mantener la idea de que el mismo texto, o parecido, se ha ido escribiendo según las épocas de una u otra manera, como si de un palimpsesto se tratara: así desde Platón hasta Benjamin, pasando por Moro, Fourier, Morris, dibujando una sociedad cerrada en la que los cuerpos, y las almas, estarían bajo el absoluto dominio de una reglamentación tiránica; para difundir tal imagen negativa, se ha dejado de lado los aspectos lúdicos que, por ejemplo, se dan en la obra de Moro, estas lecturas “dogmáticas” han centrado su mirada en el segundo libro de la obra fundadora de Moro ignorando la primera, que es en donde Moro, en comandita con su amigo Pierre Gilles, se opone al pensamiento dogmático y/o escolástico para proponer a cambio una filosofía que se nutra en la vida y que tenga en cuenta el teatro del mundo con el fin de extender las verdades empleando una vía oblicua, via obliqua o ductos obliquus. Con respecto a Platón varias son las pegas de fondo que Abensour apunta en el autor de La República (desplazamiento-Rancière): por una parte, el establecimiento de diferencias abismales e infranqueables entre gobernantes y gobernados, haciendo así que la práctica política en vez de recaer en la colectividad se dejase en manos de unos pocos; a esto se ha de sumar, que la propuesta platónica da primacía a las Ideas y la política no sería más que la puesta en práctica de tales. En este asunto toma como referencia a Hannah Arendt, y su distinción entre vida contemplativa y vida activa, que coloca a Platón y a los filósofos en general como defensores de la vida contemplativa por encima de la otra. En este sentido, Arendt es considerada por Abensour como la primera en establecer una clara separación entre filosofía y política, problematizando la existencia de una filosofía política…que desde hacía tiempo había quedado en manos de especialistas, con sus rituales académicos, de publicaciones, etc.

La lectura innovadora de Abensour opone un tipo de lectura distinta a la habitual que consistía en tomar al pie de la letra las normas que aparecen en el texto de Moro, como si se tratase de un catecismo abocado a su cumplimiento letra a letra. Más que un conjunto de reglamentos, la obra de Moro ofrece una guía para poner patas arriba los prejuicios de su tiempo, alertando contra ellos y abriendo las puertas al despertar de los espíritus adormecidos por los discursos dominantes. Con la misma intención escribió, por ejemplo, y alertó de ello Charles Fourier …Así pues, las lecturas dogmáticas que pintaban las utopías como normas listas para ser puestas en práctica no pueden ser mantenidas más que por quienes se dejen conducir por la necedad más necia.

En los momentos en que Miguel Abensour comenzó a distinguirse por su apuesta intempestiva en pos de la utopía, era precisamente cuando el dominio del campo dicho marxista estaba dominado por la mirada pretendidamente científica de Louis Althusser que como es sabido distinguía –coupure épistémologique imperando- ciencia y utopía, embistiendo contra esta última y considerando que Marx había dado la puntilla a los utopistas y a su degenerada mercancía; y destacando que si en Marx podía verse algún toque utópico este estaba presente en sus escritos de juventud que era lo mismo que decir -en su vocabulario- pre-científico, y por tanto no-marxista. Opuesto a esta interpretación que databa el fin de la utopía a mediados del siglo XIX, Abensour optó por negar la mayor, y afirmar que el espíritu utópico no había muerto en 1848, sino que después vinieron nuevas olas de la mano de Pierre Leroux, y algunos otros que ponían en duda la validez de la primera ola de utopistas (Saint-Simon, Owen y Fourier). Este balance que trataba de salvar lo salvable en las ideas de los primeros fue más tarde seguido por William Morris, intentando elaborar una “utopía fluida, abierta y experimental”…por tal senda avanzaron ya en el siglo XX, Ernst Bloch, Martin Buber, Walter Benjamin o Emmanuel Lévinas El espíritu de utopía se debía mantener con una labor auto-reflexiva que no dudase en criticarse a sí mismo, y se atreviese a despojarle del aura mítica que entorpecía su caminar. No se puede, ni se debe, obviar la atención que Abensour presta a Fourier de quien dice que «congedia de manera soberbia veinticinco siglos de especulación moral y política, únicamente preocupadas de innovaciones administrativas o religiosas y con una insolencia que sobre nada otorga un nuevo objeto al genio político: las medidas industriales o domésticas» (Textures, nº 6-7 / 1973); en el mismo orden de cosas, pero más cercano a nuestra actualidad, presta importancia a William Morris, por su realismo con respecto a sus tiempos y por su visión de la utopía como horizonte, y práctica, en el que participa la colectividad reunida en asambleas permanentes.

Si en la obra ya citada dedica su primera parte a la lectura de Tomás Moro, la segunda recurre a Walter Benjamín y más en concreto a la exposición de su proyecto, que el autor plasma, en 1935 y 1939, en su inacabado Libro de los Pasajes . Allá expone la utopía como sueños de lo colectivo que se mueven en un plano onírico en las diferentes épocas. La óptica benjaminiana ofrece un nuevo modo de acercarse a los textos utópicos, criticando a Louis Aragon por su introducción de lo mítico en sus lecturas de la utopía. Así, Benjamin otorga una importancia grande a las utopías, mas recurriendo al hacha de la razón para cortar todas aquellas expresiones de delirios, ensoñaciones y mitos, que pudieran darse. Es la imagen dialéctica a la que se agarrará Abensour, destacando la tensión que opone la tendencia a recaer en el mito y su contrario, arrancarlo de él, llamando a despertar del sueño y liberarnos de las pesadillas que planean sobre los humanos de su siglo…la utopía como parapeto ante la catástrofe.

En su travesía, casualidades de la vida –cosa bastante habitual en el caminar de Abensour- va a encontrase con un compañero de viaje inesperado: Emmanuel Lévinas, quien en algunos textos en los que discutía con Bloch, dejaba ver otra manera de interpretar la utopía. Así como según el primero la utopía surgía de una especie de hogar ontológico del Ser, que impulsaba a su acabamiento, Lévinas se opone a cualquier forma que una la utopía con la previsión, ley histórica o sociológica para unirla al acontecimiento del encuentro, cuando el yo se une con el tú; esta exposición a la mirada del otro establece la base de la utopía …se acoge a la “ extravagante generosidad del para-el-otro”, es en el ese paso del …a en donde brota un pensamiento para… es esta proximidad – según él- en la que se exige mi responsabilidad, ya que el “hecho ético” consiste en “la Relación en la que Yo encuentra el Tú”, idea que Lévinas había tomado – y trasformado – de Martin Buber y su concepción de la relación interindividual (el Yo-Tú opuesto al Yo-Eso ). No se puede ignorar, de todos modos, el peso y presencia que La Boétie tiene en su obra: del autor de la servidumbre voluntaria, le interesa en especial la diferenciación que establece entre Todos Uno o Estado y la comunidad política de todos unos o el Contra-Uno; naturalmente Abensour- al igual que el de Sarlat- se posiciona en el segundo polo, buscando la unión entre pluralidad y unidad.

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) Enlace que lleva al artículo al que me he referido en el primer párrafo. En principio fue publicado en Kaosenlared (https://archivo.kaosenlared.net/miguel-abensour-nuevo-espiritu-utopico/ ), pero me parece que el enlace no va muy bien que digamos, por lo que, por si acaso, añado la repesca que hicieron los amigos canarios: MIGUEL ABENSOUR, EL NUEVO ESPÍRITU UTÓPICO | LA ESCUELA DE GUAJARA.

Por Iñaki Urdanibia para Kaosenlared

Fuente: https://kaosenlared.net/miguel-abensour-leer-escribir-la-utopia/