7 de mayo, La Raposa, Barcelona.  

 

Maite Arraiza Zabalegi, coeditora de Perversiones emancipadoras, nos presenta esta obra colectiva, tejida con 24 conceptos, cuyo hilo conductor es una resignificación del término “perversión”. El libro dota así de un significado positivo y liberador a aquello que ha sido considerado perverso, abyecto, enfermo, anormal o patológico; no solo por ser constitutivo de lo humano, sino porque presenta un potencial emancipador.

La genealogía del término “perversión” nos lleva al siglo XIX, a lo que Foucault denomina en su Historia de la Sexualidad “scientia sexualis”, de la mano, entre otras, de la medicina y psiquiatría. En este momento acontece un cambio histórico y es que las sexualidades consideradas desviadas pasarán del ámbito de la moral y del pecado al ámbito científico-médico, a través de una teoría unificada de la naturaleza, y podrán ser y serán, por tanto, discutidas, diagnosticadas y tratadas. Es en este escenario en el que aparecen las perversiones y los perversos, en palabras de Foucault, “vecinos de los delincuentes y parientes de los locos”; en el que tienen lugar la psiquiatrización del placer «perverso», la histerización de los cuerpos de las mujeres, y la patologización de deseos y cuerpos. Dos hitos en este proceso son la Psychopathia sexualis de Heinrich Kaan y la Psychopathia sexualis de Richard von Krafft-Ebing, taxonomías que categorizan y clasifican todo aquello que era patológico, es decir, todo deseo y acto sexual que no fuera dirigido a la reproducción o al coito genital heterosexual. De las seis psicopatías que distingue Kaan, entre las que se encuentran la masturbación, el amor lésbico y el sexo con cadáveres o con estatuas, pasamos a una multiplicación de las perversiones y, por ende, a una extensión de la patologización, de la mano de Krafft-Ebing, quien considera además como perversiones la “metamorfosis sexual paranoica”, que englobaba a personas que hoy se autodenominan y denominamos trans, el sadismo, el masoquismo, el fetichismo, el hermafroditismo y un largo etcétera.

El psicoanálisis, que nace asimismo en la Europa heteropatriarcal capitalista y colonial victoriana, dará continuidad a varias de estas cuestiones. Freud, en su ensayo Las aberraciones sexuales, término este de Kaan, se basa en el trabajo de Krafft-Ebing, ocupándose así de las inversiones y de las perversiones. Aunque la enfermedad estrella que Freud tratará será la neurosis y, en especial, la histeria. Si bien la histeria lleva existiendo milenios, la carga patologizante que adquiere a finales del s. XIX parece no tener precedentes y las lindezas de los tratamientos para la histeria incluyeron shocks eléctricos, la aplicación de cáusticos o la extirpación de ovarios sanos a más de cien mil mujeres. A través de la histeria, se patologizaron los cuerpos, deseos y el placer sexual de las mujeres, para someterlos al placer y dominio del hombre, y ponerlos al servicio absoluto de la reproducción y de la familia nuclear, unidad esencial del heteropatriarcado capitalista colonial.

Aunque el término “perversión” irá perdiendo fuerza de manera significativa a lo largo del s. XX, encontramos ejemplos de su uso tan recientes como en 2011, en un texto del psiquiatra y psicoanalista John K. Meyer que lo liga al travestismo. Lejos de la idea de que la cuestión de las perversiones es una cuestión completamente obsoleta, los 24 conceptos que recoge el libro muestran las continuidades del sistema heteropatriarcal capitalista y colonial en el que nacen las perversiones, y aun con todas las transformaciones acontecidas desde el siglo XIX, su rastro estructurante. Estos conceptos, “Migraciones”, (Andrea Staid), “Intifada” (Rodrigo Karmy), “Autonomías” (Raúl Zibechi), “Queer” (Elvira Burgos), “Feminismos” (Montserrat Galcerán), “Trans” (Maite Arraiza Zabalegi) o “Interseccionalidad” (Martha Palacio Avendaño), se erigen así como revulsivo de estas continuidades y como perversiones emancipadoras. Igual que lo han hecho múltiples colectivos como Queer Nation, y autoras y activistas como Gloria Anzaldúa, Teresa de Lauretis o Judith Butler, hacen suyo y resignifican el insulto, es decir, nuestro queerismo, mestizaje, loquería y perversión. Porque incluso el propio Freud reconoce que “la disposición a las perversiones es la disposición originaria y universal de la pulsión sexual en los seres humanos”. El problema es que había que reprimirlo.

Frente a ello, este libro abraza nuestra monstruosidad, nuestras diferencias, nuestra multiplicidad, nuestras perversiones, nuestra sexualidad, más allá del binarismo, desde nuestra relacionalidad constitutiva, invitándonos a pervertir el orden heteropatriarcal capitalista colonial. Porque la perversión engendra transformación. Porque solamente si abrazamos nuestras diferencias, las diferencias que nos constituyen y que escapan a una determinación cerrada, normativa, binaria, podremos emanciparnos y liberarnos, para construir de verdad comunidad, para hacer posible una ética y política de los cuidados. Parafraseando a nuestras hermanas zapatistas, “para todas todo, para nosotras la alegre rebeldía” y el profundo goce de desobediencia y la perversión.

Marta Segarra, autora del concepto “Humanimal”, nos presenta este término, como acrónimo de “humano” y “animal”, ya que históricamente estas dos categorías han sido consideradas como contrapuestas o delimitadas por una frontera estable. El término se dirige así a disputar el excepcionalismo humano. El “hombre” se ha elevado a sí mismo por encima de los demás seres vivos, gracias a una serie de rasgos juzgados específicamente humanos, como la autoconciencia, la capacidad de proyectarse en el futuro (y de recordar el pasado), de razonar, de aprender, de hablar, de reír, de inventar tecnología, de hacer política, de crear cultura y arte, de practicar una sexualidad no reproductiva, y un largo etcétera, hasta el punto de colocarse en una categoría aparte, basada en la distinción entre «naturaleza» y «cultura». Basándose en la crítica de Derrida al «carno-falogocentrismo» y en la ciencia, Marta Segarra critica el empleo de “el animal”, que oculta e invisibiliza la multiplicidad de especies animales, de la que somos parte, así como la exclusividad del lenguaje, la creación de herramientas, la autoconciencia y otros elementos empleados para legitimar el excepcionalismo humano.

La industrialización de la ganadería y del proceso de elaboración de alimentos cárnicos ha convertido a numerosas especies animales en simple materia prima, pura proteína animal que se puede «extraer» de una masa informe en la que no se distinguen individuos diferenciados. Esto se hace especialmente evidente en las granjas industriales de aves, en las piscifactorías, en el transporte de ganado y en los mataderos, aunque afecta a casi todos los animales que sirven de alimento humano.

La historia de la institución del matadero revela, además, conexiones relevantes con otras formas de exclusión y reificación del otro, sea este otro animal no humano o animal humano. Como explica Cary Wolf, Henry Ford se inspiró en los mataderos de Chicago para idear sus fábricas de vehículos y estas, a su vez, influyeron en el diseño de los campos de exterminio nazis. La distinción entre humano y animal se ha utilizado desde hace siglos para justificar la animalización y reificación de grupos humanos, como el judío o el romaní, la exposición «de otras razas» en los llamados «zoos humanos», el esclavismo y la tortura.

Marta Segarra analiza también la connotación de género existente en la asociación de determinados animales con la feminidad y otros con la masculinidad, así como la identificación más amplia de las mujeres con la naturaleza y los hombres con la cultura, rastrea la clasificación de la zoofilia como perversión, y expone la problematicidad de los argumentos actuales en torno esta última cuestión.

 

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